miércoles, octubre 28, 2009

La ciudad del mañana

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Hoy me tocaba escribir en HD-B, pero la página no funcionó, así que para no quedarme con las ganas, les dejo mi escrito, de la serie "más vale tarde que nunca". Apreciaré todas sus críticas y comentarios.

LA CIUDAD DEL MAÑANA

La luz se pone en preventiva, la camioneta de lujo acelera deteniendo de golpe a los peatones que se disponían a cruzar la calle; avanza con el semáforo ya en rojo sólo para detenerse detrás de los coches que esperan en el siguiente alto. Silvia, quien conduce la camioneta, se apresura para llegar a su clase de pilates en el Sports Town; están a punto de acabarse sus 15 minutos de tolerancia y todavía tiene que cambiarse.

Cien metros más adelante, descubrirá lo que detiene su camino: una manifestación de la Asociación contra el Pago Oportuno de Créditos, dónde Felipe hace su “agosto” vendiendo a 50 pesos playeras que le mientan la madre al gobierno. Se quedó sin empleo al ser descubierto acosando a las empleadas del complejo papelero donde trabajó los últimos 15 años. Está a punto de comprar una plaza en la compañía de luz local, había estado esperando esto desde hace años y ahora tiene la oportunidad porque su cuñado Eusebio se ha convertido en delegado sindical. Entre las mentadas de los coches ante la obstrucción del paso, sonríe pensando que por fin le llegó su premio; si todo sale bien, en 5 años se jubilará teniendo como pensión el cien por ciento de su sueldo.

En esa misma esquina Raúl, policía de tránsito, contempla la escena fastidiado. Ha estado desde las 6 de la mañana soplando su silbato y moviendo la mano para apresurar a los autos. Con esta manifestación no se puede detener a nadie y seguro no juntará a tiempo la cuota que le exige el sargento González. Si no descubre algún coche con la calcomanía de verificación vencida, tendrá que quedarse hasta tarde cazando a los despistados que entren en el carril del metrobús, pues mañana su hija Adelaida celebra sus quince años y debe comprarle su regalo y liquidar su deuda con el del sonido, Agustín.

De un microbús atorado dos calles atrás, se ha bajado Carla. Corre para llegar a su trabajo antes de que le pongan retardo. Nunca ha perdido su bono de puntualidad, porque su amiga Erica tiene su credencial para pasarla por el controlador cuando ella decide tomarse un poco más de tiempo para desayunar; pero ayer, en su prisa por escapar de la oficina temprano para llegar a su cita con Gonzalo, el de la copiadora, olvidó dejársela. En dos minutos más, tendrá que subir cinco centímetros su falda y humillarse ante el jefe, inventándose un pariente enfermo o un muerto en el metro para poder convencerlo de que le informe a Recursos Humanos que su llegada tarde fue por un asunto oficial.

Desde la ventana de su oficina en el piso 11 de la Torre Norte de Plaza Burocracia, Mariano observa el caos ocasionado por la manifestación. Trata de imaginar la historia detrás de cada una de las personas que se encuentran abajo, de quienes no alcanza a ver el rostro. Regresa a su escritorio y sonríe tristemente mientras contempla las fotografías de sus hijos y su esposa Daniela. La vida ha sido buena con él, tiene una hermosa familia, una casa enorme y el trabajo que todos desearían en el gobierno de La Ciudad del Mañana.

Sabe que debería estar preparando la reunión con el Sub-Secretario de Asuntos sin Importancia, pero hoy es uno de esos días en los que no puede concentrarse en el trabajo recordando esa tarde en que tomó la decisión que definió su destino; irse o quedarse.

La respuesta era obvia para el resto de la gente, pero no para él, no sabía cuál sería la opción menos cobarde. Recién casado, tratando de darle a Daniela todo lo que merecía y buscando la felicidad para los dos, decidió renunciar a sus sueños y venderle su alma al diablo; no es que ella se lo haya pedido, al contrario, lo hubiera apoyado incondicionalmente si hubiera mandado todo al carajo, pero ni eso lo hizo cambiar el rumbo.

Han pasado casi 15 años desde esa tarde y hoy, en lugar de estar escribiendo un libro, firma el destino de cientos de hombres en un oficio, asiente silencioso ante las órdenes del grupo de poder en turno y en la tinta de cada rúbrica se van sus valores y su idealismo. Cuando llegan días como estos en que no puede dejar de pensar en lo que hubiera sido, se convence de que nada está perdido, que solo es cuestión de tiempo para tomar el camino que soñó, que sólo falta un poco de dinero, un poco de valor, para por fin hacer lo que le dicta el corazón. Quiere creer que su país, tarde o temprano, verá crecer ciudadanos los suficientemente valientes como para cambiar su situación; entonces él podrá justificar su huída.

Con esa esperanza en los ojos se levanta de su silla y se pone el saco, un ligero dolor en el pecho lo ha estado molestando los últimos días, espera tener tiempo esta semana para ir al doctor.

Afuera, la manifestación comienza a disolverse.


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martes, octubre 13, 2009

Mi cómplice

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En el colmo de la añoranza, a veces llega la inspiración a consolarnos...

Mi cómplice,
mi risa contagiosa, mi escapada,
mi desayuno, mi dulce bocado;
me faltas…

El detalle sincero, la lágrima,
el espionaje, la coartada,
los celos tontos, la mirada;
me sobra el mundo sin ti…

La sabiduría del silencio se acaba,
la brevedad del deseo se desvanece,
la suave luz de la esperanza se escapa,
la sensatez resulta inútil
si tu locura no me envuelve.

Mi cómplice,
me faltas…

AJS
Berna, Suiza, octubre de 2009


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miércoles, octubre 07, 2009

Cosquillas en los pies

Correr para trabajar,

trabajar para ganar,

ganar para olvidar

todo lo que se ha perdido



Y corría y corría... detrás de un jefe, detrás de un hombre, detrás de un sueño.


"Cosquillas en los pies", le llamé después (verso sin esfuerzo). Todo mi trabajo y mi dinero destinado a un objetivo: correr. Correr a otros países, conocer otros mundos, contarme nuevos cuentos. Sin pensarlo dos veces, a la menor oportunidad, cambiaba mis pocos pesos por euros o dólares y emprendía el vuelo, nada de llantos en el aeropuerto. Al regresar, me esperaba ansioso mi próximo plan para salir corriendo.


El pretexto era siempre el mismo, pero los motivos eran varios: la soledad, la necesidad de encontrar lo que fuera que estuviera buscando, huir de mi realidad, la esperanza de regresar por fin al planeta del que me habían sacado. Encontré amigos, destrocé montones de sueños, me reí y lloré por dentro. Manejé también muchos kilómetros y le canté canciones al viento, siempre sola, con mi ipod como el mejor compañero.


Así descubrí las ciudades de mis sueños, de eso no me quejo. Sin embargo, siempre que me enamoré de un lugar prometí volver de nuevo, con la persona con la que pudiera compartir cada descubrimiento, sentirme libre sin sentirme sola, el cómplice de mis sueños. No había cumplido mi promesa, hasta hoy.


Y aunque no pudo venir conmigo, estuvo en cada uno de mis pasos, lo llevé en mis ojos y vivió conmigo las maravillas que me encontré. Y entre la tristeza de no tener sus besos, sonrío porque sé que viajo sola por última vez y alguien me esperará con ansia en el aeropuerto.


Sigo teniendo cosquillas en los pies y seguramente a la menor provocación correremos, pero nunca será detrás de algo, ni huyendo de quién-sabe-qué. Correremos juntos por el mero placer de correr.