jueves, julio 30, 2009

Del amor y otras quimeras (Parte 1)

I. París

París lluvioso era un pretexto perfecto para tomar un café y dar rienda suelta a la melancolía. Aunque el pretexto sobraba, ya que este sentimiento y el café eran huéspedes en su vida y en su cuerpo desde mucho antes de llegar a esta ciudad.

Con un café, esa tarde como tantas otras, invocaba al olvido. Que ironía que fuera entre un café y otro, entre charlas y risas que, como el aroma de esta bebida, se fue metiendo en su alma un amor con el que luchó casi desde el mismo momento en que se dio cuenta de que existía. Habían pasado muchos meses desde aquella tarde y ese amor aún calentaba su cuerpo, vivo como nunca, doloroso como siempre, distante como la tierra que había dejado atrás.

Si decidió poner tierra de por medio fue porque descubrió que la renuncia requeriría mucho más que tiempo. Renunciar a lo que se tiene se sustenta en hechos; es decidir lo correcto. Renunciar a lo imposible es mucho más que eso: es destrozar un sueño.

La tranquilidad que sentía al estar lejos era muy parecida al océano que se interponía entre ella y todo lo amado. A veces se convertía en una ola violenta que le impedía respirar y nublaba su cielo. Aún así sabía que batallar contra la marea no se comparaba con la tormenta que le hubiera significado quedarse.

Dio otro sorbo a su café y encendió un pequeño puro, cediendo así al viejo vicio de recordar su olor, evocar su sonrisa franca, su aliento traicionero. Y esa noche, claro. La noche de la verdad que definió la renuncia y que a la vez le dio aliento para sobrevivir. Tenía dos meses ya sin escuchar su voz y, sin embargo, las palabras pronunciadas esa noche en un susurro temeroso, resonaban en sus oídos como un grito. Cada beso, cada caricia, fueron final sublime de una historia que nunca comenzó. Por primera y única vez se había mirado en sus ojos y aún se debatía entre lamentarse por haber experimentado esa dicha renunciando después a ella, o dar gracias a Dios por el recuerdo más bello de su vida.

Recordó también con exactitud la peculiar manera en que él pronunció su nombre mientras la abrazaba cuando todo había terminado, sonriéndole ella con tristeza y besándolo por última vez. Sabía que trataba de esconder su miedo al futuro y a enfrentarse a la necesidad de decidir. Buscaba ya una solución y ella iba a dársela pues no soportaría perder al hombre del cual se había enamorado; no sería ella quien lo convertiría en un mentiroso y si esperaba un poco lo obligaría a mentir sin remedio. La decisión estaba tomada.

El punzante recuerdo fue interrumpido por un ruido que profanaba su santuario – un local pequeño con música limpia, habitado por caras conocidas y sin voz que, como ella, saboreaban el mejor café que se ha probado arrellanados en un sillón lleno de margaritas -. Era la voz de un hombre completamente empapado que discutía por teléfono exaltado. Levantó la mirada con indiferencia por un instante y trató de volver al libro que leía sin entender. Sin embargo, el sentirse observada le hizo desistir de su empeño y volvió a mirar hacia donde nacía la mirada que insistía en inquietarla. Al verse descubierto, el sujeto sonrío con cinismo. Perturbada, se levantó con prisa y, sin importarle la lluvia que asediaba a la ciudad, salió del café sin volver la vista atrás.

Desde que llegó a París, Sofía agasajaba a la soledad como a su más cercana amiga, en una necesidad que ni aún ella podía entender. Su espacio vital se había agigantado y no se sentía capaz de establecer vínculos de ningún tipo. Incluso la lejanía de sus viejos amigos le resultaba cómoda, no sin cierto remordimiento por brindar tan poca atención a sus llamadas y cartas, que se apilaban en su buró sin ser abiertas en un desesperado pero infructuoso intento por mantener intacta la burbuja que había construido a su alrededor.

Tal vez fue por lo anterior que inicialmente no reconoció su propio nombre en un grito a lo lejos, cuando se acercaba a su banco preferido en la plaza. Sin embargo, la voz que lo pronunciaba perturbó sus sentidos como si la conociera hace años, haciéndola voltear la cabeza extrañada hacia el hombre del café. Detuvo sus pasos para esperarlo preguntándose el por qué de esa intromisión. Vestía un impermeable rojo que trataba inútilmente de cubrirlo de la lluvia y la misma sonrisa cínica de la primera vez, aunque esta vez notó que dicho gesto no era precisamente cínico, sino curioso, como aquel a quien algo le complace sin querer.

Aun sin llegar a donde ella estaba, le mostró triunfante un cuaderno pequeño con forro de piel que ostentaba en la cubierta su nombre. Sofía lo reconoció de inmediato como su único confidente, su desahogo en la soledad que se había recetado y que, evidentemente había olvidado en su prisa por huir de aquel hombre, cuya presencia le perturbaba tanto, como no lo había hecho nada ni nadie en meses. Le dio las gracias apresuradamente, sin saber que decir y contrariada por aquel sentimiento que no lograba describir, solo atinó a darle la espalda para marcharse.


No había dado aún el primer paso cuando sintió una mano tocando su hombro. Se volvió aturdida para pedirle airada que no la tocara cuando él le sonrió otra vez.

Y entonces fue cuando miró sus ojos.



martes, julio 28, 2009

El Dios de Sabines

A mi me gusta, a mi me encanta Dios.

Que Dios bendiga a Dios.
-Jaime Sabines-


A mi me gusta el Dios de Sabines. Ese Dios que entiende que no hay bien sin mal, ese viejo magnífico que se ríe de nuestros prejuicios y de la idea loca que tenemos de Él. Y es que el Dios de Sabines se parece mucho al mío.

 

El Dios que yo conozco nunca ha sido tibio. No me juzga por cosas sin sentido. El Dios que conozco y al que le creo no le preocupa lo mismo que a nosotros, no se preocupa, de hecho. El Dios que descubrí en el viento es capaz de darme todo si tengo la humildad de escuchar atentamente a la voz que Él mismo puso en mis adentros.

 

Mi Dios no se esconde en las iglesias, ni en los rezos, ni en libros viejos. Mi Dios está en cada lágrima, en cada recuerdo, en cada buen presentimiento. El Dios que yo conozco me da siempre lo que no quiero porque sabe que lo necesito y me quita lo que menos espero y, aunque pataleo, no tardo en comprenderlo. El Dios que vive en mi calle jamás me ha castigado y, si me caigo, se burla de mí un poco, mueve la cabeza diciendo “te lo dije”, me ayuda a levantarme y me sacude el polvo.

 

No sé si mi Dios sea el mismo que el de Sabines, no se si le dé la gana ser un mismo Dios para todos… me cae bien creer que ahí está. Eso es todo. 



jueves, julio 23, 2009

Te invito a comer uvas esta tarde...

(Te invito a comer uvas esta tarde, o a tomar café, si llueve,

y a estar juntos siempre, siempre, hasta la noche.)

-Jaime Sabines-


Camina entre la gente, levanta la vista. Estoy de pie frente al resto de tu vida. No tengas miedo de buscar mi mirada y sonreír, yo también estoy asustada y ansiosa de verte. La vida nos ha dado duras lecciones, el tiempo no ha sido nuestro amigo, pero tal parece que hoy se pone de nuestro lado y nos apresura el paso para encontrarnos.


Imagina que no soy lo que estás viendo. Piénsame más allá de lo que muestro. Porque la vida es una puesta en escena que hemos escrito, que dirigimos, que actuamos. Encuentra en cada risa, una lágrima; en cada lágrima, un motivo; en cada paso, un camino. Sé que serás capaz de ver que detrás de un hermoso escenario, de la maestría en la interpretación, de la dirección perfecta, del conmovedor argumento, se encuentra la belleza de lo perfectible, lo sublime de la indefensión, el milagro de lo etéreo.


Olvida lo aprendido, de nada te serviría. No hay reglas, no hay teoría. Descubre tu presente y tu futuro como si fueras un niño; cree, siente, confía, apuesta. Toma mi mano y no me dejes correr, seguramente en algún momento lo intentaré, pero es solo la costumbre, la inercia, el fantasma de la mentira.


Aquí estás, te reconozco. Sé que un nuevo sueño se dibuja en tu risa y que podré leer el futuro en tus ojos. Cumple mi fantasía, despeina mi cabello, rompe mis barreras, marca la piel de mi cuello. Contigo yo haré lo propio. Juguemos a esperarlo todo.



martes, julio 14, 2009

Inesperado

Creías que estabas bien, tranquilo, feliz tal vez…


Jurabas que tenías todo lo que podías tener, te convenciste de que estabas de pie. Y de pronto, algo toca tu hombro, voltea tu rostro, cambia tu cara, te indispone... y tú lo dejas, porque no puedes mas que recibir esa embestida que no esperabas, que ni siquiera veías venir.  El retrato hablado de una escena, la justificación de una ausencia y, tal vez, comienza una historia… perfecta.


Y se acabó el confort, la paz... solo hay un torbellino dentro del cual te dejas llevar, una fuerza que te empuja, que te aviva. No hay tibieza en tu horizonte, vives deslizándote entre un extremo y otro de tus emociones. Y entonces te sientes vivo...por fin.



miércoles, julio 08, 2009

Te espero

Te espero dentro de la esfera de lo imposible

con sueños agonizantes y promesas rotas.

Te espero con la nostalgia doblegada

encerrada en la ciudad donde no existe el rosa.

 

Te espero a pesar de cualquier pronóstico,

apostando todo contra la estadística.

Te espero sin garantía, sin reserva,

Camino sin red a través de la vida.

 

Te espero esperando que esperes también,

mirando atenta la calle lluviosa y fría.

Te creo sin conocerte e inexplicablemente sé

que vendrás, no importa el día.



lunes, julio 06, 2009

Reencuentro

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La noche transcurría entre risas, martinis y vino tinto cosecha 2007. Viejos amigos pero más viejos los recuerdos que acaparaban la charla; 10 años sin verse no son cualquier cosa, pero en realidad no parecía que hubieramos cambiado demasiado. Mientras avanzaba la noche, poco a poco fui recordando a la niña de 19 años perdidamente enamorada del único ausente en el reencuentro, aquella que se escapaba de su casa con tal de darle un beso, la que juraba conocerlo mejor que a nadie, la que creía a ciegas en lo eterno.


Luego vinieron las actualizaciones, el recuento de los amores que se fueron, la crónica de las decepciones y los consejos. Cuando mi turno llegó, conté a grandes rasgos mi historia, no sin un toque de humor negro. Como era de esperarse, recibí halagos por mi coraje y valor, por la firmeza en mis decisiones, por no tener miedo.


Y como dice Sabina, "los clientes del bar, uno a uno, se fueron marchando". La mesa donde me encontraba fue quedándose vacía salvo por el amigo que empezó todo quien, después de platicar conmigo un poco, me miró a los ojos y sin mediar ningún aviso preguntó:


"¿Te lastimaron mucho?"


No hubo humor negro ante esa pregunta brutal. Lentamente asentí mientras bajaba la cabeza sintiendo como, por primera vez en meses, mis ojos se llenaban de agua. Nadie me había preguntado eso; soy una actriz extraordinaria. El amigo me abrazó en silencio y lloré porque supe que algo perdió esa niña de 19 años que él conoció, lloré por la mujer de hoy que ya no cree en lo eterno, y el amor es de lo único de lo que se escapa.


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miércoles, julio 01, 2009

New York

Mira sus manos distraída, pensando en que debió arreglarse las uñas antes de salir o, por lo menos dejar de mordérselas para que tuvieran un aspecto menos lamentable. Escucha la voz impersonal en el altavoz anunciando el abordaje, mira la fila formarse y evita mirar el reloj leyendo un libro sin entenderlo.


Segunda llamada. Un hombre llega apresurado, ella lo mira con fugaz interés y regresa al libro. “Un minuto más”, piensa y sonríe mirando su pase de abordar. Cruza las piernas y juega con su pelo delatando su impaciencia. Suspira y trata de concentrarse en la lectura.


El minuto ha pasado…guarda el libro y toma su abrigo disponiéndose a abordar. Una última mirada al pasillo y, de repente, ahí está. Un clavel rojo en la solapa, gafas obscuras y un andar sin prisas a juego con una sonrisa burlona. Tan él mismo. Descubre por fin sus ojos y la mira con curiosidad mientras ella le sonríe divertida.

Angel eyes, that old Devil sent

they glow unbearably bright

Need I say that my love's misspent?

misspent with angel eyes tonight


Se dirigen al avión sin hablar. Hay tanto que decir, tanto que conocer,
pero no hay prisa… el viaje apenas está por comenzar…

[tu turno…]